En represalia por la muerte de dos alcaldes cristinos de la comarca de Alcañiz, el general Nogueras fusiló a la madre de Cabrera, Ana María Griñó, el 16 de febrero de 1836 en Tortosa, hecho que tuvo gran repercusión en Europa y que contribuyó a endurecer aún más la guerra en el Maestrazgo. En otoño de 1836 acompañó a Gómez en su expedición por territorios de La Mancha, Andalucía y Extremadura y al año siguiente, uniéndose a las tropas que partieron del Norte, participó en la Expedición Real.
Después de su victoria en Maella en octubre de 1838, fue nombrado teniente general y conde de Morella. Cabrera llegó a organizar un pequeño estado con capital en Morella, que fue el centro de la actividad carlista.
En 1839, no aceptó el Convenio de Bergara, se retiró con su ejército al norte de Cataluña. Perseguido por el general Espartero y tras una última resistencia en Berga pasó a Francia en julio de 1840, hecho que dio fin a la Primera Guerra Carlista.
Seis años más tarde, al iniciarse la guerra de los «matiners», fue designado por Carlos VI, jefe supremo de las fuerzas carlistas en Aragón, Cataluña, Valencia y Murcia. En 1848 entró en Cataluña para ponerse al frente de las tropas carlistas, llegando a organizar un ejército de cerca de 9.000 hombres. En enero de 1849 ganó el título de marqués del Ter por su actuación en los combates de Amer y El Pasteral, donde fue herido. Pero tres meses más tarde tuvo que regresar a Francia, debido a que la guerra no enraizó fuera de Cataluña y por la gran superioridad de las fuerzas gubernamentales, fijando su residencia en Inglaterra.
En 1850 se casó con Marian Katherine Richards, dama inglesa y anglicana de la alta sociedad, que poseía una buena fortuna. Su alejamiento de los centros de exiliados carlistas fue acercándole con el tiempo a ideas moderadas y más liberales.
Carlos VII le ofreció la jefatura militar suprema del tercer levantamiento carlista, pero Cabrera rechazó el ofrecimiento y se negó a participar en otra guerra civil. En 1875, reconoció como rey legítimo a Alfonso XII y éste, con fecha 21 de agosto, le nombró capitán general del Ejército y le reconoció todos los títulos y honores conseguidos en los campos de batalla.
Ramón Cabrera falleció en Inglaterra el 24 de mayo de 1877.
Dado el escaso tiempo transcurrido entre la primera y la segunda Guerras Carlistas, nos hace pensar que el uniforme de Ramón Cabrera, habría sufrido pocos cambios. Félix María Vincenz Andreas, príncipe de Lichnowsky, aventurero y militar austríaco que se alistó en el bando carlista en la Primera Guerra, llegando a alcanzar el grado de general, describe a Cabrera –que rara vez vestía el uniforme de general- del siguiente modo: boina blanca, chaqueta corta verde oscuro; pelliza de piel de lobo, con cuello y bocamangas de astracán gris claro; pantalón escarlata con franja plateada. Según el autor citado, Cabrera jamás usaba espada o sable (no hay que olvidar que Cabrera carecía de formación militar), a veces llevaba un sable colgado de la silla pero nunca en la cintura. En el arzón delantero de la misma solía llevar dos pistolas largas con fundas forradas de piel de lobo. La faja encarnada y la banda serían la de gran Mariscal. Para la figura hemos mantenido este uniforme. La boina en esta ocasión (cuyo original se conserva en el Museo del Ejército en Toledo) ha sustituido la borla dorada, por un bordado en negro con el anagrama de Carlos VI. La mantilla del caballo, que carece de ningún escudo, es azul oscuro con filo y galón dorados.
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