Un hecho poco conocido sobre la campaña es que el ejército de Napoleón, en realidad, perdió más hombres en el camino a Moscú que en la retirada. El calor, la enfermedad, las batallas y la deserción hicieron que el ejército hubiese perdido la mitad de sus hombres cuando la capital rusa se vio en el horizonte. Sin embargo, para el general corso lo importante era haber llegado a la ciudad. En septiembre, la Grand Armée, exhausto y desgastado, llegó a Moscú con la intención de descansar y avituallarse, pero no fue así. Tan decididos estaban los rusos a resistir al invasor que quemaron su antigua y hermosa capital para negar esa posibilidad a los franceses. Napoleón dudó entre quedarse a pasar el invierno y reponerse o reclamar la victoria y marcharse a casa. Cuando quedó claro que los rusos no aceptarían una paz favorable, Napoleón sacó a sus tropas de la ciudad. Era octubre. Era ya demasiado tarde. Mientras el otrora gran ejército francés regresaba penosamente a través de la vacía inmensidad de Rusia, el frío se les echó encima tal y como los generales franceses habían temido. Y esa era la menor de sus preocupaciones. Los caballos murieron primero porque no había comida para ellos. Luego, después de comérselos, los soldados comenzaron a morir también. Todos los suministros en Moscú habían sido quemados un mes antes. Constantemente, unidades de cosacos hostigaban a la retaguardia francesa, cada vez más desgastada, atrapando a los rezagados y convirtiendo las vidas de los supervivientes en una miseria constante. Mientras tanto, Alejandro I, aconsejado por sus experimentados generales, se negó a enfrentarse en campo abierto al genio militar de Napoleón. Sorprendentemente, cuando los remanentes de la Gran Armeé llegaron al río Berezina a finales de noviembre, solo contaban con 74.000 hombres, 30.000 efectivos y 44.000 no combatientes; 100.000 hombres ya se habían rendido al enemigo, mientras que 380.000 yacían muertos en las estepas rusas.
En el río, con los rusos acercándose peligrosamente, Napoleón tenía que tomar una decisión. Un aumento reciente de las temperaturas significaba que el hielo sobre el río no era lo suficientemente fuerte como para poder hacer cruzar a todo su ejército y su artillería. Y hacerlo vadeando, cruzando las gélidas aguas bajo cero, parecía una tarea imposible. Ahora se le abría una oportunidad: crear un puente lo suficientemente fuerte como para hacer cruzar a todo su ejército y la extraordinaria valentía de sus ingenieros holandeses hizo posible la retirada del ejército. Estos construyeron un sólido puente de pontones. Los ataques de la vanguardia rusa fueron repelidos por cuatro regimientos suizos, que formaban la última retaguardia. De los 400 ingenieros solo 40 sobrevivieron. Napoleón y su Guardia Imperial lograron cruzar el día 27, mientras que las divisiones suizas y otras debilitadas divisiones francesas lucharon en una batalla terrible en la orilla opuesta, enfrentándose a un cada vez mayor contingente de tropas rusas.
Ante el acoso ruso y sin haber logrado aún cruzar todas sus unidades, Napoleón consideró necesario volar el puente y ordenó a sus tropas que cruzaran lo más rápido posible. El ejército francés había escapado, pero a un costo terrible. Sorprendentemente, 10.000 hombres llegaron a territorio aliado en diciembre y vivieron para contarlo después de haber sobrevivido el peor desastre en la historia militar hasta aquel momento. Napoleón se adelantó inmediatamente y llegó a París en trineo, dejando atrás a su ejército todavía sufriendo.
La figura muestra a Napoleón montando un caballo castaño de raza Don. El zar Alejandro I tras el tratado de Tilsit, en muestra de buena voluntad, le había regalado varios ejemplares, que Napoleón utilizó profusamente en esta campaña. Lleva, además, un modelo de abrigo que usó a lo largo de la campaña de Rusia y se toca con un tipo de sombrero redondo y no con su característico bicornio.
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