De familia humilde, fue hijo de un artesano constructor de carruajes. Sus padres le hicieron ingresar en el seminario de los dominicos de Almagro, pero al estallar la Guerra de Independencia huyó del convento y se alistó como voluntario en el ejército. En 1810 entró en la Academia Militar de la Isla de León, en la que alcanzó el grado de subteniente. En 1815, ya como teniente, embarcó en la expedición que Fernando VII encomendó al general Morillo para defender el dominio español en las colonias americanas.
Se distinguió en los combates contra los independentistas, por lo que ascendió sucesivamente hasta el grado de brigadier. Esta estancia en tierras americanas le valdría posteriormente, a él y a los militares progresistas afines a su persona, la denominación de ayacuchos, si bien Espartero no participó directamente en la acción militar que tuvo como consecuencia, en 1824, el fin del dominio colonial español.
Regresó a España en 1825. Al estallar la primera guerra carlista solicitó combatir a los rebeldes y se trasladó con su regimiento a Valencia. En enero de 1834 fue nombrado comandante general de Vizcaya, iniciando una etapa de lucha ininterrumpida en el frente del Norte, donde destacó muy pronto por una serie de acciones militares afortunadas. Mucho se ha hablado de la crueldad mostrada por Espartero en esta guerra tanto en las represalias aplicadas al enemigo como en los castigos a sus propias tropas. En el verano de 1836 fue nombrado jefe del Ejército del Norte, sustituyendo al general Fernández de Córdoba, a la vez que fue elegido diputado por Logroño. Desde este puesto dirigió la decisiva batalla de Luchana, que obligó a los carlistas a levantar el sitio de Bilbao. Esta acción le valió el título de Conde de Luchana, al que uniría, antes de terminar la guerra, los de Duque de la Victoria y Duque de Morella. En 1839, y como fruto de las negociaciones con los sectores carlistas, dirigidos por el general Maroto, logró suscribir con éste el convenio de Vergara (29-VIII-1839, ratificado el 31-VIII-1839), que supuso la pacificación del país y el fin de las esperanzas del absolutismo.
Espartero, colmado de honores y convertido en ídolo nacional, dio paso a sus ambiciones políticas. Los sucesos revolucionarios iniciados en julio de 1840 en Barcelona le llevaron, tras la renuncia de María Cristina, a la regencia del país. Su actuación como regente fue una sucesión de desaciertos que se ganaron la oposición de los líderes parlamentarios del progresismo civil en el Congreso, y que, consecuentemente, precipitaron la caída del regente, que tuvo que refugiarse en Inglaterra hasta que Narváez le devolvió títulos y honores y le permitió regresar a España. Su retorno a la política española acaeció tras la «Vicalvarada» y la revolución de julio de 1854, cuando Isabel II le confió la Presidencia del Consejo de Ministros, cargo que ocupó durante el llamado Bienio Progresista. Durante su gobierno se reunieron las Cortes Constituyentes de las que surgió la Constitución nonata de 1856. Tras la crisis de julio de ese año Espartero dimitió en favor del ministro de Guerra, O’Donnell, que ocupó la Presidencia. Espartero abandonó el protagonismo político y se retiró a Logroño.
Destronada Isabel II por la revolución de septiembre de 1868, un sector de progresistas y el propio Prim le pidieron que aceptase la corona de España, pero él la rehusó, alegando motivos de salud. Elegido Amadeo I de Saboya como Rey de España, le concedió el título de Príncipe de Vergara, con tratamiento de alteza real.
La figura muestra a Espartero en la persecución del general Cabrera tras la conquista de Morella en mayo de 1840. Cabrera logró huir hacia Cataluña con la mayor parte de los restos del Ejército del Norte.
Viste levita azul oscuro con la Cruz de San Hermenegildo, la venera coronada de laurel de la Gran Cruz de San Fernando con su banda roja y oro otorgada por méritos de guerra a los generales en jefe. Bicornio negro con galón dorado. El pantalón era enteramente rojo con galón lateral dorado. La faja, encarnada con pasadores y borlones dorados. La mantilla y pistoleras eran azul oscuro con galón dorado. A partir del final de la Guerra de Independencia, las mantillas comenzaron a llevar, bordado en hilo de oro, el escudo de armas reales.
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