La vida de don Jaime Miguel de Guzmán fue, en efecto, un paradigma de gran soldado, de carrera precoz y meteórica en medio de grandes acciones en la Guerra de Sucesión y en las de Sicilia, Nápoles, de Orán y en las del norte de Italia, de gran gobernante como capitán general de Cataluña y de diplomático en la embajada de París y en cuatro ocasiones plenipotenciario en diversos tratados, de notable escritor sobre temas militares; y no menos como noble y gran caballero y cristiano de notable ejemplaridad de vida.
En todas sus grandes acciones y en todas sus importantes misiones, la figura de don Jaime Miguel de Guzmán emerge como una de las más destacadas personalidades del siglo XVIII. Sin embargo, creemos que no ha tenido la resonancia proporcionada a su excepcionalidad, por falta de una biografía a la altura de su representatividad real.
El joven Jaime de Guzmán-Dávalos, tuvo sus primeros hechos de armas durante la Guerra de Sucesión Española, luchando en el bando borbónico. En 1709 solicita permiso al rey Felipe V para la creación de un regimiento de dragones a su costa. Sería conocido como Regimiento Pezuela y, más adelante, como Regimiento Lusitania, con cuyo nombre todavía pervive en el ejército español. Guzmán-Dávalos estuvo a su frente como coronel durante veinte años. En 1732, el ya II marqués de la Mina participa en la conquista de Orán como mariscal de campo, a las órdenes del duque de Montemar. Dos años después, en 1734, como teniente general, mandó el ala derecha del ejército español en la batalla de Bitonto (Italia) en el marco de los enfrentamientos con los austriacos debidos a la Guerra de Sucesión Polaca. En 1742, durante la Guerra de Sucesión Austriaca, fue nombrado jefe supremo de los ejércitos españoles en Saboya en sustitución del conde de Gages. El marqués de la Mina permaneció en Italia hasta 1749. En ese año se desplaza a Barcelona, donde toma posesión del cargo de capitán general de Cataluña.
Durante su mandato, se llevó a cabo en la Ciudad Condal la actuación urbanística más importante de su historia antes de que tuvieran lugar los ensanches del siglo XIX. Esta acción consistió básicamente en realizar el proyecto ilustrado de trazar una ciudad extramuros con manzanas cuadriculadas y amplias plazas y paseos. El nuevo barrio, proyectado por el ingeniero militar Juan Martín Cermeño, sería conocido como La Barceloneta, y sirvió para alojar a la población que tuvo que abandonar sus viviendas por la construcción de la ciudadela militar en el barrio de la Ribera. Jaime de Guzmán-Dávalos mantuvo una política típicamente ilustrada en cuanto a la realización de grandes obras públicas, como la mejora en los accesos de la ciudad, el empedrado e iluminación de calles y el dragado del puerto. También con medidas como la de implantar la ópera en el Teatro de la Santa Cruz, donde los músicos catalanes competirán con las obras de los grandes compositores europeos. Aunque también empleó una férrea mano militar en determinados momentos, tales como la revuelta popular por la carestía de trigo de 1766.
El marqués de la Mina murió ocupando su cargo en Barcelona en 1767 y fue enterrado en la iglesia de San Miguel del Puerto, construida ex novo en La Barceloneta durante su mandato. Su sepulcro, realizado en 1767 por el escultor Joan Enrich, y que se encontraba en el interior de la iglesia, fue destruido en 1936.
Casó en dos ocasiones: la primera con Francisca Funes de Villalpando, hija de los condes de Atarés, la segunda con María Agustina Zapata de Calatayud y Fernández de Híjar, duquesa de Palata, princesa de Massalubrense, marquesa de Cábrega y Baronesa de Mozota, con la que compartió como consorte estos títulos concedidos en el Reino de Nápoles por los borbones españoles. Con ninguna de las dos tuvo descendencia.
La figura viste el uniforme establecido en el reglamento de 1706, donde fueron asignadas las nuevas divisas que habían de distinguir a generales, jefes y oficiales. Los generales se distinguirán por los entorchados bordados en las bocamangas y costuras de la casaca y por la faja. Igualmente se le ve portando el bastón de mando, tal como reflejan cuadros de Pedro Capmany o Manuel Tramulles o un grabado de la época que se conserva en la Biblioteca Nacional.
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