Mutsuhito, una vez derrotados los Tokugawa, emprendió la modernización del Japón según modelos occidentales, con cambios de tal importancia y rapidez en todos los órdenes que su reinado se conoce como «revolución Meiji». En realidad, se limitó a favorecer las aspiraciones reformistas presentes en la sociedad japonesa, poniendo el gobierno en manos de un equipo liberal y permitiendo que éste utilizara su nombre como personificación del nuevo espíritu de apertura y modernización.
Para ello instauró un sistema de gobierno por gabinete en 1885, completado con la creación de un Parlamento por la Constitución de 1889, que relegaba al emperador a un papel ceremonial y simbólico. La revuelta antirreformista de 1877 fue derrotada y sirvió para liquidar la casta feudal de los samurais.
Luego, el gobierno abolió las estructuras feudales tradicionales, decretó la igualdad jurídica de todos los ciudadanos, reformó el ejército siguiendo los modelos de Francia y Alemania, fomentó la adquisición de tecnología occidental (contratando técnicos europeos y americanos y otorgando becas para estudiar en el extranjero), construyó los primeros ferrocarriles e impulsó la penetración de la revolución industrial en un marco capitalista; la administración, la hacienda pública, la banca, la moneda, la educación, el correo, la sanidad, todo fue reformado copiando las instituciones más avanzadas de Europa y Estados Unidos.
Con todo ello, Mutsuhito deseaba que Japón alcanzara a las grandes potencias occidentales, compartiendo con ellas el poderío militar, político, económico y tecnológico. En esa línea, fomentó también la imitación de las tendencias imperialistas que mostraban las grandes potencias europeas a finales del siglo XIX, canalizando hacia la expansión en el continente asiático las presiones demográficas y los intereses de los grandes trusts industriales: sus ambiciones sobre Corea llevaron a Japón a mantener dos guerras sucesivas contra China (1894-95) y contra Rusia (1904-05).
Ambas concluyeron con victoria japonesa, mostrando el éxito de la modernización industrial y militar del país y poniendo las bases para el imperialismo japonés que seguiría desarrollándose hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Cuando murió, dejando el Trono a su hijo Yoshihito, había puesto las bases del Japón contemporáneo, transformándolo en una monarquía constitucional y en una potencia económica y militar de primer orden.
El emperador era comandante en jefe tanto del ejército como de la armada, en el nuevo sistema imperial modernizado y asistía a eventos formales con vestimenta militar completa incluso desde su época infantil. Su uniforme de gala pasó de ser teniente segundo en la infancia a Comandante en jefe del ejército después de asumir el trono. A diferencia de la Armada, el Ejército, en ese momento, no había designado el uniforme de gala para actos formales. Se utilizaban varias combinaciones de uniformes a las que se añadían o eliminaban condecoraciones y diferentes cruces y bandas dependiendo de la ocasión.
La imagen corresponde al Emperador pasando revista a las tropas tras la victoria en 1895 en la Guerra Chino-Japonesa. En la figura se puede apreciar que el emperador luce, la versión sencilla, de la condecoración más alta de Japón, la Suprema Orden del Crisantemo. Igualmente se puede observar, en el lado izquierdo del pecho, la Orden del Tesoro Sagrado, instaurada por él mismo en 1888.
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